Luisito estudia en un colegio público de Cayma y juega por su selección escolar. Siendo arquero, ayer recibió once goles, enfrentando a un centro educativo privado. Esto en el marco de la primera fecha de la Copa Scotiabank (sub-11).

El equipo de Luis no jugó para nada bien, pero todos le echaron la culpa a él por la derrota.

Por la noche, Luisito no pudo dormir, ahogado en la pena que lo dominaba a sus cortos once años de edad. Por su cabeza se repetían las imágenes de aquella fatídica tarde, en el estadio «Los Palitos»: un profesor enfadado y un equipo sin misericordia a la hora de juzgar a su guardameta.

En la mente de Luis, la culpa es toda suya. «Soy malísimo para esto. No me pueden hacer once goles. Ya no quiero jugar nunca más», estaría pensando.

Y no. El joven portero no lo hacía mal. Sin las atajadas de Luis, el partido pudo haber terminado con diez o quince goles más a favor del rival. Eran sus compañeros los que hicieron un partido terrible, dejando al niño a merced de los delanteros opuestos.

¿Qué propició semejante derrota para el colegio caymeño de Luis? Ante mis ojos, la respuesta fue obvia. Jugaron sin entrenador (no de forma literal, lamentablemente).

Durante los veinticinco minutos que duró, aproximadamente, el encuentro, algunas frases fueron vociferadas de manera repetitiva por el DT de Luis hacia su equipo en general. «¡Bótala!», «¡rompe, rompe!», «¡reviéntala!», «no toques atrás, solo revienta!». El entrenador no se calló nunca. La humanidad -y la alegría- de los chicos se perdió dentro del lugar donde deberían ser más felices. Todo porque un señor de casi cuarenta años no paraba de gritar.

El fútbol es para machos

Aquel dicho nunca ha sido más erróneo. El fútbol no es para machos, el fútbol es para inteligentes; y eso es lo que deberían inculcar los entrenadores cuando se trata de instruir menores en los fundamentos de este deporte. Enseñar a pensar, antes que a chocar. Enseñar a tocar, antes que a reventar. Enseñar, de paso, que el fútbol no se trata de tener a un gritón fuera del campo, sino a un guía.

 

He ahí la gran falla de muchos colegios y academias formativas en Arequipa. Practican la ideología de «obligar a hacer, antes de enseñar a hacer». Luisito no tuvo la culpa de nada, sus compañeros tampoco. La única culpa es del señor que no aporta en absoluto al desarrollo de chicos que han nacido con talento, pero que no pueden explotarlo de la manera debida.

Copa scotiabank

Esta es una de las tantas moralejas que nos deja la Copa Scotiabank, que empezó ayer y que, en conjunto con la ‘Fundación Creer’, buscan darle oportunidades iguales a niños de todo estrato social.